Hoy me piden que escriba sobre
“espiritualidad” y me invade la inmensidad,
porque ¿dónde me agarro? Es como pedir que la
conciencia se limite al nivel de la mente y sin
embargo ¿cómo entendemos la conciencia sino a
través de ella?
Haciendo vacío, siento que la espiritualidad es
emitir en una frecuencia, es profundidad y
sonido, es ojos y voz, es un estado de ser y una
forma de vivir. De pronto me aparece que puede
volverse también como una manera autista de
hacerse presente, es disgregarse, es el humo del
fuego, es la nube en el cielo, es el agua entre
los dedos y la infinidad de matices del prisma
de colores, es la fuerza henchidora de mis
pulmones y el vacío del expir, es el pulsar de
la vida en las sienes y la capacidad de
expansión del sentir.
Pues la espiritualidad reside en nuestros
sentidos.
Cuando hemos sido suficientemente valientes como
para dejarlo todo a favor de vivir
apasionadamente para y por ese “ES” y hacer que
se instale permanentemente en nosotros,
descubrimos que en realidad somos la única
fuente de ese mismo”ES”.
La
espiritualidad es como el agua y ¿dónde se
originó el agua? Como el agua hay tantas formas
de espiritualidad como de agentes emisores.
Conozco a personas que consiguen ser
espirituales a través de una práctica férrea:
seis a ocho horas de zazen semanal, dieta,
pulcritud en sus maneras y rigor en sus hechos y
palabras, el peso de la Presencia se hace notar
en cada gesto.
Otros niegan esta Presencia, pero parecen tener
el dominio de la vida, son magos, generosos,
atentos, entregados pero no se llaman a sí
mismos espirituales sino vividores. Para mí lo
son porque asimilo su espontaneidad a mi manera
de entender la espiritualidad. Pues la Presencia
lo envuelve y arroba todo y es para sí-misma su
propia recompensa. No intenta ir a ninguna
parte; y si yo intento ir ya la interrumpo, pues
es quieta movilidad. Subyace en La Presencia un
sentimiento ligero de riesgo y de serenidad a la
vez y se impone una pasividad muy sutil.
¿Porqué riesgo? Porque si abandonamos lo que es
a favor de LO QUE ES, entramos en un lugar de
des-conocimiento: la unicidad, pues cuando hay
Presencia, el ego y sus expectativas, sus
prejuicios, sus esfuerzos, ha dejado de
existir. Lo que muere es la sustancia de la
separatividad: el sentimiento de una identidad
personal.
¿Quién se arriesga y quién puede presumir ser
más espiritual que otro? ¿Existe un baremo de
valoración? A más alta frecuencia emisora, menos
eco pues se nutre de silencio y de soledad.
¿Cómo decía Lao Tse? : “Se amasa la arcilla en
forma de jarro, pero sin su vacío interno, ¿ qué
uso tendría?”
Sentimos nuestro cuerpo como receptor de este
vacío, el que le da vida, porque en realidad, la
muerte no es más que la vuelta de este vacío al
gran vacío donde se originó.
Pero yo iría más lejos: de hecho la
espiritualidad es primero una liberación de la
psique pero que solo podría ejercer su función
una vez acogida por una entidad que le aportara
su complementariedad, dándole como una fijación
en el vacío. Se suele decir que lo que
diferencia el esquizofrénico del místico es que
el primero se hunde mientras el otro sigue
nadando. ¿Sería ese punto, tan diminuto y a la
vez tan enorme, nuestra fijación, nuestro eje de
cristal?
Y
entonces ¿qué es?
Cuando decía más arriba que asemejo la
espiritualidad al autismo es que hay una
sensación parecida, es decir, de ausencia
sujetiva, es como si tomáramos conciencia de la
existencia a través de otra Existencia, sin
asumir la nuestra propia como diferente de la
Otra. Existe una pérdida de identidad pero que
no afecta al comportamiento. Es una abdicación
del ego, una reverencia a la Vida.
Es
una dimensión trans-personal, desde luego, es el
encuentro con Lo Sagrado. Lo sagrado se
experimenta, no tiene necesidad de palabra
“El Tao que se nombra no es el Tao”.
Disertar sobre lo sagrado, es ir en círculo a su
alrededor, intentando aproximarse al él. Su
dimensión es el instante vivido. No necesita del
mental para ser asido pues necesariamente
requiere que ese mismo sea abandonado. Nace en
el silencio de la atención consciente cuando el
ser se hace receptor y penetra el instante.
Marie-Madeleine Davy decía que «todo silencio
equivale a un más allá, a una ascensión” y que
“el paso por el desierto interiorizado engendra
una apertura al vacío (béance)”.
Y
es así: el sentido de Lo Sagrado irrumpe en la
vida, la vuelve más ligera, más “afinada”. El
tiempo se difumina en su duración, se vuelve
eterno siendo efímero...
Pero seguimos siendo duales, es lo propio de la
encarnación. Si considero - y ahora nos hemos
vueltos conscientes a ello por medio de la
física quántica - que somos co-autores de
nuestra propia realidad - ¿quién hace a quién?
“Si no me preguntan, lo sé. Si me preguntan, no
lo sé”. decía un sabio budista.
Yo
sé que esa resonancia de libertad, de espacio y
de celebración constante que constato a cada
acontecimiento, por muy pequeño que sea, aunque
fruto de mi mente, no se origina en mis
dendritas por la voluntad de mi pensamiento,
sino que la elongación de mis dendritas me
permite “captar” lo que existe más allá de mi
pensamiento.
Para ello debe existir un despertar de la
conciencia que, a su vez, origina un pensamiento
totalmente diferente de nuestras fantasías
mentales habituales. Para ello debe
desarrollarse nuestra sensibilidad. Ella y ella
sola permitirá que esa facultad quintaesencial
de percepción innata se extraiga de nuestro
raciocinio intelectual. La verdadera
sensibilidad brota de la inteligencia del
corazón; nos permitirá captar las ondas de
energía que nos rodean y nos devuelven a nuestro
lugar en la armonía del Universo.
No
hay nada más que buscar y ES ya un volver a
casa.
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